Miraba a trabes de los cristales de la ventana de una sala de espera de la clínica maternal Belén, era un día del mes de Septiembre, un día gris, caía una lluvia menuda, las gotas se rompían en los cristales ,formando minúsculos ríos de caprichoso trazado y que no llevaban a ninguna parte. Acababan de informarme de que había nacido mi hija Curi, un parto adelantado, faltaba una semana para que el feto cumpliera siete meses, pero la niña se había empeñado en llegar a este mundo y allí estaba, en una cunita- nido, donde debería permanecer el tiempo necesario controlada por su pediatra, hasta recuperar el peso necesario pues había nacido con menos de dos kilos.
Hasta ese momento había conseguido contener el llanto que la buena noticia me había afectado, las lágrimas surcaron silenciosas por mi cara y las compare con los imaginarios ríos de los cristales de las ventanas, al principio empezó con un fuerte escozor en la garganta, yo no quería llorar, me contube todo lo que pude pero al final mirando mi niña a través de los cristales que me separaban de la sala nido, no me pude contener por mas tiempo y me desahogue silenciosamente, mientras lloraba pedí a Dios por mi niña, porque saliera adelante, recuperara pronto su peso y que no hubiera ningún mal añadido a lo que ya sabíamos, que viviera sana y feliz largamente.
Mi hija a crecido, creo que feliz, a su madre y ami nos ha dado mucha felicidad, ahora acaba de tener su segunda hija, Lola, que con su hija mayor Ángela llenan por completo su vida y la de su marido, aportándoles tanta dicha como la que ella nos aporto a nosotros.
Felicidades.
